foto de la conferencia de judith torrea

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blog de judith

miércoles, 12 de abril de 2017

Únicamente un manuscrito

"Ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo..."
     Por avatares del destino, cayó en mis manos esta obra que cambió la forma en que la mirada curiosa obligó a mis ojos a leer esta inmensa novela hecha libro. Fueron varias horas, noches y días las que indujeron a caminar sobre las páginas delicadamente escritas en las que cada una de ellas era una clase magistral de suntuosidad, magnificencia y riqueza. Transportándome hacia un universo contemplativo en el que el tiempo se detuvo dentro de las cuartillas que devoraba con impaciencia. Mi imaginación vagaba por aquel lugar lleno de historia y misterio. Mi pensamiento comenzó a vislumbrar la realidad de aquel lugar, y no empecé a tomar en serio ese viaje hasta muchos meses después. No llegué a ver cumplido el ferviente deseo de tocar siquiera los muros descritos en el libro, pero sí pude vislumbrar cuán difícil fue satisfacer al lector más aventajado, haciéndole dudar de la existencia o no, de las calamidades narradas.
     Los gruesos muros que vieron los pasajes descritos en el relato dejaron un poso de misterio que me obligaba a adentrarme aún más en sus eternas páginas. Entrelazar la realidad y la ficción era una tarea ardua que requería de un estudio minucioso; como el protagonista. Este hacía sus indagaciones y conjeturaba las pruebas, consiguiendo dar con la verdad terrenal, y, no, divina. Quedé impresionado por la sonoridad de sus líneas, que evocaban a un estadio histórico narrado con esmero y dedicación. La búsqueda de este remoto enclave donde se desarrolló la trama, era el lugar idóneo para perderse y revivir en la imaginación las aventuras descritas en este majestuoso libro. A medida que avanzaba la obra, las voces silenciadas de aquellos monjes y la férrea decisión del investigador, proclive a encontrar cualquier rastro en el lugar menos indicado, hicieron que la obra en sí, tomara un cáriz más cercano al mundo que a la divinidad, y, por consiguiente, a unos hechos perpetrados por la ignominiosa razón de los moradores de la Abadía.